"No es muy dificil atacar las opiniones ajenas, pero sí el sustentar las propias: porque la razón humana es tan débil para edificar, como formidable ariete para destruir." Jaime Luciano Balmes

martes, 19 de abril de 2016

Argentina, país de tránsito


Por Agustín Garcia

       Cuando nos despertamos con una noticia, como la del último fin de semana, que nos recuerda que el narcotráfico todopoderoso y estructural se cobra víctimas de todas las edades, de todos los segmentos sociales y de todos los orígenes, se me ocurren dos estilos de reacciones/opiniones frecuentadas por el decir popular. Estamos los que nos lamentamos, en este caso por la pérdida de cinco jóvenes vidas, y nos quejamos por la existencia de un mercado cruel, impersonal, injusto, inabarcable por parte de un Estado ausente; y estamos los adeptos a la desestimación, al insulto, a la difamación del otro por adicto, por delincuente, por drogón (en el mismo sentido del “algo habrán hecho” y de la [in]justicia por mano propia). Ninguna de estas formas de intentar comprender el flagelo de las drogas me parece constructiva en tanto que pretenden librarnos de toda responsabilidad, alejarnos de cualquier tipo de compromiso social, en resumen, negar la realidad de este problema o la cercanía de este a nuestra cotidianeidad. 





       No pretendo hacer un ejercicio moralista; tampoco quiero promover un mero debate filosófico sobre la existencia (o no) de una problemática cercana a cada ciudad y ciudadano, o acerca de [ir]responsabilidades compartidas. Lo que me gustaría ahora es recordarme y poner a discusión con el lector que estamos tratando un problema consistente, en constante avance y multideterminado, imposible de reducir a unas pocas variables como “los adictos están en las villas” o “los adictos están destinados a la vida de mierda que eligieron”. Es aquí donde creo que cualquier persona que se preocupa por nuestros problemas culturales y que desea vivir en una sociedad mejor tiene que sentirse verdaderamente entristecida por situaciones como la del último sábado en la Time Warp. Y es aquí también donde pienso que no alcanza con preocuparnos, que acá es donde debemos ocuparnos.

       Me surgen algunos interrogantes que, creo, no tienen respuesta inmediata, pero que quiero hacer muy presentes para dimensionar con responsabilidad el problema y para discutir estrategias de acción más concretas, reales y efectivas. En primer lugar, ¿es el adicto un criminal? ¿Es una solución criminalizar al consumidor? ¿Podemos realmente aseverar que, a aquel que sufre en su propia persona las consecuencias de la adicción, le ocurre por decisión propia, por entera responsabilidad individual? Todo esto sólo me puede llevar a cuestionar el facilismo moralista de que cada quien es dueño absoluto de sus vidas y, por tanto, que el adicto es solamente víctima de su propia impulsividad mal educada. ¿Verdaderamente podemos sostener que no existen otras variables ajenas al individuo? ¿Que los condicionantes sociales -situación socio-económica, orígenes sociales, políticas de estado, prejuicios y estereotipos, etc.- no son tanto o más condenadores como las cualidades químicas de tal o cual sustancia tóxica?

      Me parece que el negocio injusto, ilegal y cada vez más grande de las drogas no verá limitaciones hasta que existan políticas de Estado concretas y una transformación de nuestra concepción cultural del problema. No habrá estrategia concreta si continuamos negando la verdadera dimensión -creciente y cada vez más presente en nuestra sociedad- de tal flagelo. Los políticos se acostumbraron a señalar que el nuestro es sólo un país de tránsito en el negocio de las drogas. De tránsito, absolutamente cierto. De tránsito hacia la indignidad social, hacia la miseria personal y hacia la indefensión de las personas por parte de un sistema que condena rápidamente al que se equivoca. Tránsito hacia la muerte. 



     No hay solución al problema si elegimos fácilmente continuar en la negación y en la injusta estigmatización del consumidor de drogas; no hay posibilidad de prevención y promoción de la salud si seguimos prejuzgando y descalificando al otro, indefenso ante los sesgos del estereotipo y la etiqueta y de la exclusión social.

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