Por Agustín García
Desde que el PRO asumió como gobierno, el balance no parece
apuntar a una superación de la famosa brecha que el Sr. Lanata denunciaba allá
por 2013. Solucionar la brecha es un objetivo que de alguna manera se
autoimpuso el equipo de trabajo del presidente, con los globos amarillos, las
promesas de felicidad y el desafío de “unir a los argentinos”, el cual, junto a
las propuestas de pobreza cero y la lucha con el narcotráfico, adornaba el
discurso de asunción el 10 de diciembre. A partir de entonces, gran parte de
las medidas tomadas no parecen estar de acuerdo con este tercer caballito de
batalla.
Hagamos memoria. Algunas de las escenas en los primeros días
fueron prometedoras. Reuniones con los demás candidatos presidenciales y con
todos los gobernadores fueron decisiones políticas muy acertadas, más allá de
las primeras medidas rimbombantes pero necesarias, según nos dicen, como la
salida del cepo. Ya por entonces, sin embargo, hacían ruido sendos decretos de
necesidad y urgencia para la designación de Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrant
como nuevos jueces de la Corte Suprema y para la deformación de la Ley de
Medios y desaparición de los organismos Afsca y Aftic.
No se hicieron esperar tampoco los despidos. Miles de
personas se quedaron sin trabajo; muchos de ellos por decisión de la
administración pública. ¿Miles de ñokis?
El diálogo, el intercambio respetuoso y el consenso deberían
ser los impulsores de cualquier política, y la sanción de la derogación de las
llamadas leyes cerrojo y de pago soberano fue un gran éxito en este sentido.
Pero este espíritu de intercambio no se ha reflejado en todos los órdenes. Con
un nivel de inflación que se está comiendo vertiginosamente los bolsillos, los
profesores universitarios salen a las calles en defensa de la educación pública
y el reclamo es muy claro. Ellos, verdaderos motores del bienestar
socioeconómico, convocan a, lo que se espera, una masiva marcha en reclamo por
mejores condiciones salariales y laborales, situación que no ocurría desde
2008. Y es que mientras el gobierno paga miles de millones de dólares a los
buitres, les ofrecen condiciones de negociación absurdas, con un mísero
porcentaje de aumento salarial, a nuestros profesores.
Al mismo tiempo, Macri salió a mostrar el manifiesto
alcanzado con empresarios, que desde su buena fe se comprometen a no despedir a
ningún empleado en los próximos noventa días. No tiene fuerza de ley, no obliga
a ningún empresario a desistir de los despidos. Es solamente un intento por
dilatar la inminente sanción de una ley antidespidos. Proyecto de ley, del cual
el mismo presidente se encargó rápidamente de aclarar que sería vetado. Sin
debate, sin discusión de protestas, desde un primer momento salió a presionar
en contra de un panorama políticamente adverso que implicaría tener que admitir
que la situación es más abrumadora de lo que los medios eligen mostrar.
Por parte de los funcionarios macristas, no faltaron
declaraciones violentas que tampoco están a tono con una recomposición de los
lazos y una intención por acercar a los bandos opuestos, por unir a los
argentinos. Prat Gay declaró en tiempos de campaña que “Cada diez años nos
dejamos cooptar por un caudillo que viene del norte, del sur, no importa de
dónde viene, pero de provincias de muy pocos habitantes, con un currículum
prácticamente desconocido”. Aranguren expresó con respecto a la inflación de
los combustibles que “si el consumidor
considera que este nivel es alto, deja de consumir”.
En estos días convulsionados, de aumentos de precios y de
marchas, de despidos y de presupuestos chicos, el gobierno de Macri no está
demostrando la mejor capacidad voluntad para parchar ninguna brecha social.
Yo creo que hay que dar tiempo a que las medidas "a largo plazo" que eligió este gobierno comiencen a dar sus frutos. Me parece que el argentino esta acostumbrado a lo inmediato y a las politicas sociales, por lo que un cambio drástico de actuar se hace notar.
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