Por Agustín García
Marchar en este 3 de junio significa poner el grito bien en alto y los cuerpos al desnudo para reaccionar en contra de una estructura desigual que nos sostiene y que al mismo tiempo entre todos sostenemos. Porque soy hombre y porque estoy atravesado -y favorecido- por una estructura enorme de poder donde ellos siempre están primeros en la consideración y donde ellas son las que acompañan (“detrás de todo gran hombre hay una gran mujer”). Porque soy hombre y porque, obviamente, mientras me miraba un partidito de fútbol de la liga austríaca o jugaba un rato con la play, mi vieja siempre volvía de laburar, me hacía la comidita, lavaba los platos, lavaba la ropa, colgaba la ropa, planchaba, pasaba un trapo, volvía al laburo… Porque obviamente manoseé a más de una desconocida en el boliche, con la excusa de estar borracho pero bien resguardado por el hecho de ser hombre, total, la costumbre me da la razón… Porque, obviamente también, me sobrepasé en el colectivo, con una mirada, con un gesto, con una mano de más… Porque me cuesta dejar caminando sola a una amiga en tal calle, a tal hora, sabiendo que por el sólo hecho de ser mujer sus posibilidades de sufrir cualquier tipo de violencia son mucho mayores. Por más que ella me diga que está todo bien, que no pasa nada… Porque el año pasado no marché por #NiUnaMenos por prejuicioso, desconfiando de una posible manipulación pro-aborto que se hiciera de aquella convocatoria…
Pero desde entonces muchas cosas han pasado. ¡Y muchas otras se han visibilizado más! Y un poquito fui entendiendo que lo que hoy se denuncia es mucho más complejo y amplio que tal o cual femicidio y violación o la discusión enfocada en el aborto. Lo que hoy se denuncia, lo que hay que poner bien visible, es la violencia física, psicológica, social, laboral, sanitaria, mediática, en el colegio, en la universidad, en las iglesias (y un larguísimo etcétera) que todas las mujeres sufren en nuestra sociedad por el hecho de ser mujeres. La violencia en todas sus formas, apoyada en esta estructura de poder en la que nos hemos criados y que sostenemos día a día; es por ello que los femicidios son la punta del iceberg, el extremo de la problemática de género, pero que tenemos que hacer bien visible en la forma del “piropo” y el abuso verbal, en los estereotipos y etiquetas constantes, en el sometimiento, en los golpes, en la discriminación hacia la mujer, en la continua imposición que pretendemos lograr en ellas cuando esperamos que se comporten “como se comporta una señorita”: en resumen, en las acciones cotidianas con las que también vamos matando a las mujeres y además a gran escala. Matamos su dignidad, su libertad y sus derechos. Sólo lograremos poner bien de manifiesto esta estructura y combatirla con acciones concretas en la medida en que aceptemos la responsabilidad nuestra, en que la reconozcamos como un sistema que nos formatea y que reproducimos a diario. El primer paso (y uno de los más difíciles) es que individualmente somos muy responsables por la violencia de género.
No hay que tener miedo a reconocerse feminista, porque feminista es quien lucha por desnaturalizar estas jerarquías y por reconocer a las mujeres en posición social de verdadera igualdad. Hoy y todos los días quiero marchar porque estoy cansado de apoyar una sociedad patriarcal, desigual, machista e injusta y porque no quiero que tengamos #NiUnaMenos.
No hay comentarios. :
Publicar un comentario